Ay del dolor de estar vivo
Alejandra
Pizarnik
Todos
comprendemos el dolor desde la perspectiva de lo necesario para estar seguros
de que estamos vivos.
Pero hay personas que son incapaces de sentir el dolor
colectivo, participar afectivamente de él si antes no ha padecido dolores
propios. Es aquí donde comienza el sentido filosófico del dolor, la realidad
más brutal desde la cual no podemos
discutir su validez sino su existencia.
Los antiguos egipcios creían que el dolor interno resultaba
de la influencia de los dioses. Lo importante ante la muerte no es el dolor,
sino el estudio de las sensaciones que el dolor nos regala.
Es posible que, como decía
Aristóteles, el dolor solo sea un exceso de calor vital, una pasión del alma
sentida en el corazón, sentida en el corazón, pero no pensada con el corazón.
Porque si pensamos el dolor sabremos que va más allá de saber que alguien ya no
está, que se ha marchado sin haber escuchado todo aquello que teníamos que
decirle.
Y con cuánta pena negra nos deja y cuánto
duele. Porque el dolor es algo muy específico que se vuelve insoportable cuando
alcanza una intensidad suficiente, como la que ha alcanzado hoy, que tengo ya
que despedirme de ti, del color de tus ojos, del olor de tu pelo, del tacto de
tu piel, del poder curativo de tu boca.
Hay tantos lenguajes para este dolor
que ahora me invade, tantos idiomas en los que decirte lo poco que lo soporto
que necesitaría hojas y hojas de papel donde escribir con tinta china, como
este martirio de tu ausencia, todo lo que nunca quiero que olvides sobre mi.
Como si de una terapia se tratara, este padecimiento que no me deja respirar me
recuerda la importancia de saber cuándo se vive y cuándo una tiene que dejar
que marche el aire…
Estos llantos, mi quejido, este gesto
sin más que la demora atemporal de tu llegada son cruciales para mantener la
llama activa. Este fuego de amor en mis entrañas por el arte de vivir más allá
de saber cómo. Esta manera tuya de ser muerte y de ser vida, de concederme el
beneficio de la duda de si alguna vez no fuiste más que mis ganas de ser
alguien.
Hemos cruzado el límite del tiempo y
el espacio, con dolor o sin él eres ya, parte de una historia artística, has
adaptado tu lenguaje al mundo de los vivos, transformado tu muerte en curación
para todos aquellos que pensamos que el arte no es sino una lucha continua de
supervivencia, y eso has hecho tú.
Elegir el arte como única manera de
estar vivo, practicando una eutanasia de amor, una doctrina de luz que
justifica la acción de facilitar la muerte sin sufrimiento a aquellos que, como
nosotros, están condenados a morir en el intento de estar vivos.
Tu muerte, Roberto Santiesteve,
prolonga nuestras vidas por medio del arte de la palabra ARTE, y nos da VIDA,
solo en el último suspiro que a todos nos regalas.
Lo que no sabes ya, porque un muerto
como tú no puede saberlo es que no es uno sino muchos los dolores que has
causado, tantos como personas hemos tenido el gusto de presenciar este último
acto de rebeldía. Un último acto de superación solo capaces de experimentar
aquellos que como tú y yo sabemos que el arte y el artista, son una manera de morir y quien muere cuando ve
que la obra no solo no termina, sino que ni siquiera ha empezado con nosotros.
Elvira Ramos Rivera.