jueves, 1 de noviembre de 2012

Homenaje póstumo al artista Roberto Santiesteve.


Ay del dolor de estar vivo

                                   Alejandra Pizarnik


            Todos comprendemos el dolor desde la perspectiva de lo necesario para estar seguros de que estamos vivos.
Pero hay personas que son incapaces de sentir el dolor colectivo, participar afectivamente de él si antes no ha padecido dolores propios. Es aquí donde comienza el sentido filosófico del dolor, la realidad más brutal desde la cual  no podemos discutir su validez sino su existencia.
Los antiguos egipcios creían que el dolor interno resultaba de la influencia de los dioses. Lo importante ante la muerte no es el dolor, sino el estudio de las sensaciones que el dolor nos regala.
Es posible que, como decía Aristóteles, el dolor solo sea un exceso de calor vital, una pasión del alma sentida en el corazón, sentida en el corazón, pero no pensada con el corazón. Porque si pensamos el dolor sabremos que va más allá de saber que alguien ya no está, que se ha marchado sin haber escuchado todo aquello que teníamos que decirle.
Y con cuánta pena negra nos deja y cuánto duele. Porque el dolor es algo muy específico que se vuelve insoportable cuando alcanza una intensidad suficiente, como la que ha alcanzado hoy, que tengo ya que despedirme de ti, del color de tus ojos, del olor de tu pelo, del tacto de tu piel, del poder curativo de tu boca.
Hay tantos lenguajes para este dolor que ahora me invade, tantos idiomas en los que decirte lo poco que lo soporto que necesitaría hojas y hojas de papel donde escribir con tinta china, como este martirio de tu ausencia, todo lo que nunca quiero que olvides sobre mi. Como si de una terapia se tratara, este padecimiento que no me deja respirar me recuerda la importancia de saber cuándo se vive y cuándo una tiene que dejar que marche el aire…
Estos llantos, mi quejido, este gesto sin más que la demora atemporal de tu llegada son cruciales para mantener la llama activa. Este fuego de amor en mis entrañas por el arte de vivir más allá de saber cómo. Esta manera tuya de ser muerte y de ser vida, de concederme el beneficio de la duda de si alguna vez no fuiste más que mis ganas de ser alguien.
Hemos cruzado el límite del tiempo y el espacio, con dolor o sin él eres ya, parte de una historia artística, has adaptado tu lenguaje al mundo de los vivos, transformado tu muerte en curación para todos aquellos que pensamos que el arte no es sino una lucha continua de supervivencia, y eso has hecho tú.
Elegir el arte como única manera de estar vivo, practicando una eutanasia de amor, una doctrina de luz que justifica la acción de facilitar la muerte sin sufrimiento a aquellos que, como nosotros, están condenados a morir en el intento de estar vivos.
Tu muerte, Roberto Santiesteve, prolonga nuestras vidas por medio del arte de la palabra ARTE, y nos da VIDA, solo en el último suspiro que a todos nos regalas.
Lo que no sabes ya, porque un muerto como tú no puede saberlo es que no es uno sino muchos los dolores que has causado, tantos como personas hemos tenido el gusto de presenciar este último acto de rebeldía. Un último acto de superación solo capaces de experimentar aquellos que como tú y yo sabemos que el arte y el artista, son  una manera de morir y quien muere cuando ve que la obra no solo no termina, sino que ni siquiera ha empezado con nosotros.


                                                                                        Elvira Ramos Rivera.