jueves, 19 de septiembre de 2013

En todas las lenguas de los hombres existe la palabra tristeza.



            



Dejé el móvil en casa, nada de ipad, cascos y distracciones. Libreta y lápiz en mano, con chaqueta por la brisa que luego no llegó. Caminé por un bulevar, busqué el libro que nunca encuentro, pensé en ti, en mí, en libros, en el tuyo y en el mío. Pensé en ella, que sabía que no vendría y al final no me equivoqué. Comprendí el por qué de la luna de Madrid en estos días, y sonreí al pensar que la última llena me pilló en Granada. Menos mal que llevaba un pañuelo de papel, porque un dolor que se está volviendo cotidiano ha vuelto de repente a mis entrañas, y he llorado. Pero sé que ha sido de rabia, no de pena ni dolor. Regresé por otro bulevar, vi a niñatos sin madre y a madres solteras con sus hijos. Y otra vez pensé en mí. Me paró una señora preguntando por una dirección, recordé dónde estaba, cerca, y me apetecía tanto ayudar hoy que la he acompañado. Ya he vuelto a casa, y ahora, que voy a entrar en la ducha, aprovecharé para organizar mi próximo poema y seguir llorando, ahora sí, de pena. Cómo de triste está Madrid, escribí en las lágrimas.